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21 días desmontando el porno
Supongo que el reportaje de anoche de 21 días en la industria del porno habrá decepcionado a mucha gente porque, como ya dijimos, ni Samanta Villar hizo una escena porno, ni la cantidad de imágenes porno que se vieron fueron para tanto, ni nada de nada. Se veían cosas, sí, pero diseccionadas como con bisturí. El reportaje de anoche fue como desvelar en qué consisten los trucos de magia.
Yo tengo sensaciones contradictorias porque, como me pasa casi siempre con este programa, me satura el formato en sí. Los contenidos no, que me parecieron muy interesantes. Los testimonios obtenidos estuvieron muy bien tratados aunque creo que llegaron demasiado lejos con la chica que tenía un hijo. Vale que ella decidió salir pero por lo que decía saltaba a la vista que no era demasiado consciente del impacto social de estos reportajes y no sé yo si el menor va a salir indemne de todo esto. El resto de historias fueron muy humanas y, por lo menos para mí, educativas.
Lo que no me gustó fue, como siempre, lo que representa el personaje de Samanta Villar. Es algo así como la voz del pueblo, que se supone que pregunta, piensa y actúa como el grueso de los espectadores y yo no me siento para nada identificada. ¿Un butanero en una peli porno? Vamos, hombre, que ese es un mito de los sesenta. Me molestó especialmente un comentario: cuando estaba repasando la receta para su película dijo algo así como «estudiar una carrera para esto», comentario que me pareció que de alguna manera degradaba a las personas con las que había estado hablando hasta el momento. No recuerdo que le preguntase a nadie por sus estudios ni nada parecido. ¿Tan indigno y raro le parecía lo que estaba a punto de hacer? Y eso que se supone que empatiza con las personas con las que trata. En fin, que seguramente me lo tome demasiado a pecho.
A estas horas aún no se han publicado los índices de audiencia pero no creo que les haya ido mal porque la expectación creada fue grande, aunque sería interesante ver la curva de evolución de los datos, una información de la que no dispongo, para ver si el reportaje mantuvo el interés hasta el final o si, viendo cómo iba la cosa, la gente decidió cambiar de cadena.
Samanta Villar terminó el reportaje bromeando sobre la posibilidad de protagonizar una escena y durante todo el programa el tema estuvo latente y presente, conscientes como eran de que el interés estaba ahí. Es una pena. Si no fuese un formato tan centrado en una persona el contenido del reportaje, muy interesante para mí, pasaría menos desapercibido pero me da la sensación de que hasta ellos asumieron desde el principio que los miedos, las preocupaciones y las dificultades de las personas que hacen porno eran lo de menos. Lo importante siempre es Samanta Villar, justo lo que menos me interesa.
Samanta Villar no hará porno
Cómo son las cosas, ¿eh? Samanta Villar el próximo lunes partirá la pana con su reportaje 21 días en la industria del porno, aprovechándose además de que ya no está La señora para hacerle sombra. Se han montado una promo muy creativa, que podéis ver arriba, en la que da a entender que hará una escena porno. Eso le produce curiosidad a cualquiera, hasta a mí.
Pues bien, lo que hará será dirigir una escena porno, pero no la protagoniza, como nos cuentan aquí. A los de Cuatro no les debe de haber hecho mucha gracia que se publicase la noticia, con el empeño que han puesto en vender que la periodista iba a hacer lo que nadie se imaginaba. Lo han vendido bien, que conste, pero yo nunca me terminé de creer que fuera a ser verdad.
El caso lo traigo a colación porque nos sirve para ver cómo se genera expectación en la tele, cosa cada vez más complicada porque ya está todo inventado. En el caso concreto de 21 días, el programa no ha hecho sino defraudar expectativas una y otra vez, pero eso no afecta demasiado a su credibilidad. En la tele, la memoria a corto plazo es efímera y los espectadores nos olvidamos pronto de los chascos.
En 21 días sacan mucho partido de esta situación y se benefician, además, de que no son un programa semanal, con lo que cada vez que aparecen da la sensación de que están haciendo algo nuevo. El ejemplo más claro quizá sea el programa de 21 días en la mina, en el que Samanta Villar sólo estuvo en la mina un rato. Cuando hizo 21 días a ciegas también hubo quién cuestionó con pruebas que hubiese llevado los parches de los ojos durante todo el programa. Todas estas cosas son importantes a posteriori pero mientras se emite el espacio, cumple de lejos su función.
21 días entretiene, muestra una realidad personalizada en Samanta Villar, interpreta y enseña justo lo que los espectadores quieren ver, ni más ni menos. El formato me parece bueno y le reconozco el éxito. Han sabido conectar con el público dando un paso más hacia la intimidad, pero sin desvelarla totalmente. A mí no me suelen gustar sus enfoques, prefiero puntos de vista más neutros, pero entiendo que a la gente le guste.
Con el porno entran en un terreno en teoría pantanoso pero, como siempre, las promos no pasan de ser un cebo. Es normal que las hagan. Habría estado bien que el secreto del programa no se desvelase hasta el final, pero no creo que el saber que Samanta no hará su película afecte demasiado a la audiencia. Eso sí, dicho sea de paso, el poner tantas veces «porno» en una entrada seguro que me multiplica las visitas al blog. Al final soy igual que ellos.
Samanta Villar: la realidad supera la ficción
En el vídeo de arriba podéis ver, en los primeros minutos, las imágenes del robo que trae de cabeza a Samanta Villar. A pesar de que la familia gitana a la que ella acompaña le exculpó del delito, el juez ha considerado procedente abrir un proceso contra ella como coautora de los hechos. De todo esto lo que más me interesa es la lección que podemos extraer: quizá ella sabía que era un robo, o puede que no, pero en la imágenes parece que lo sabe y ya sabemos que todo lo que aparece en la tele va a misa.
El importe del robo denunciado asciende a 935 euros, según ella dice en el vídeo de la venta de aquellos hierros sacaron sólo veintitrés euros con ochenta céntimos, el programa pagó a la familia cuatrocientos miserables euros por acoger a la reportera en su chabola así que, se mire por donde se mire, a esta familia le tocó la negra cuando decidió dejar que grabasen su vida por estos sin escrúpulos. Viendo que cometieron un robo del que sacaron como beneficio veintitrés euros, es más que comprensible que los cuatrocientos euros que les ofrecieron les parecieran una millonada. La familia gitana es la que más tiene que perder en todo esto y me parece inmoral que desde Cuatro no se responsabilicen del asunto. ¿Qué pensaban que iba a pasar con esas imágenes? Semanas después Samanta Villar hizo como que se gastaba toneladas de dinero en frivolidades. Este programa tiene poca memoria.
El asunto es que, en su defensa, Samanta Villar parece que ha declarado que frases del tipo «tengo el corazón a dos mil por hora» son frases típicas que se dicen en un programa de televisión. Me encanta este giro argumental de los acontecimientos. El programa recrea tan bien «la realidad» que a la hora de desmentirla se queda sin pruebas. Ella conducía la furgoneta porque era la única que tenía carné. ¿De verdad? A mí me da por pensar que varios de sus acompañantes, aún sin carné, son conductores habituales, aunque esto son imaginaciones mías, pero para el programa venía muy bien participar del numerito.
Aprovecharse de la realidad para montar una ficción propia a costa de terceros es muy televisivo, pero puestos a elegir yo habría preferido que participase en el soborno a un concejal, por ejemplo, en un programa-denuncia de la corrupción urbanística, antes que poner en la picota a gente que no tiene ni para comer. Pero, claro, los que no tienen ni para comer son más fáciles, más manejables.
No creo que este proceso abierto contra Samanta Villar llegue muy lejos. En cualquier caso siempre puede terminar haciendo un programa sobre ello porque, como acostumbra a decir, no es lo mismo contarlo que vivirlo. Sólo espero que para futuras ocasiones se piense mejor qué graba y qué no, se dé cuenta que el ser periodista no la exime de nada en el mundo real y que si quería realidad para su programa, ésta es la dosis exacta. Unas imágenes falsas que ella adorna con nervios fingidos, según ella misma explica, se usan en un juicio real por robo. Esto sí es telerealidad y lo demás son tonterías.
21 días, reportajes en carne propia para Cuatro
Cuatro ha dado el pistoletazo de salida a un nuevo formato, 21 días, producido por BocaBoca y presentado por Samantha Villar, que se estrenará el próximo viernes 30 de enero y que tiene como característica esencial la implicación «real» de la reportera en las historias que cuenta. Tal y como lo plantean, la reportera no será la mirada objetiva, sino que será parte implicada en las historias porque para contarlas vivirá las situaciones límite.
21 días se suma a la oferta de los viernes y está a medio camino de lo que nos ofrecen a día de hoy, entre los programas de coach y los reportajes de Callejeros. Un paso más al reality, esta vez en forma de docu-reality, que con periodicidad mensual tratará aspectos de relevancia social como las drogas, los trastornos alimenticios o la indigencia. No puedo evitar acordarme de Super Size Me, la película documental del tipo que decidió demostrar en su propio cuerpo los peligros de la comida basura.
Pero volviendo a 21 días, la promo nos presenta a una reportera muy neutra y la imagen casi parece de ficha policial. Es de suponer que los programas, o su mayoría, ya estarán grabados porque si no se puede perder algo del efecto por el reconocimiento. También es de suponer que las cámaras le seguirán de lejos porque si no la supuesta experiencia vital queda un poco en duda, a lo Pekín Express.
Entiendo la intención del programa y la motivación pero me parece algo arriesgado decir que se transmite una verdad sólo por el hecho de que una reportera la haya vivido en carne propia, aunque ya sabemos que esto es televisión. El juego está en entrar o no en la historia. Yo aún no tengo claro si me dejaré engañar por el planteamiento, para eso tengo que ver el programa, pero sí es cierto que de buenas a primeras no soy muy receptiva a este tipo de historias artificiales que se montan para, supuestamente, transmitir una realidad. La diferencia la marca muy bien el título del programa: la reportera sabe que sólo pasará 21 días en esa situación y esto ya es suficiente para que su historia, sus impresiones, no sean reales. En unas semanas saldré de dudas.








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